Dicen que Mercato es el mercado al aire libre más grande de África,  aquí trabajan más de diez mil personas y recibe unas doscientas mil visitas diarias. Es un lugar caótico y al mismo tiempo fascinante. Hay un edificio que tiene más de setenta tiendas y otros cien puestos más se ubican por las calles y callejuelas de alrededor. Muchas de ellas están regentadas por musulmanes, ya que aquí se encuentra la mezquita Al-Anwar, una de las más importantes de la ciudad. El mercado se distribuye por gremios: la calle de los coloridos productos de plástico; la de menaje de cocina donde abundan los juegos de café y cristalerías árabes; la de las ferreterías y droguerías; la de las especias, que hoy desprendía un gran aroma a chiles secos. He intentado comprar un poco de canela y lo mínimo que me vendían era un quilo. Hay otra parte donde venden artesanías etíopes: pinturas, instrumentos musicales, plata, etc. De pronto nos ha pillado la lluvia. Se forma un gran barrizal entre los adoquines mal dispuestos del suelo. El agua fluía por todas partes y me he refugiado bajo el “techo” de plástico de un vendedor de mantas que, haciendo honor a su oficio, me ha colocado tres tras mucho regateo (menos mal que ya sabía el precio “oficial” en la tienda del estado). En esos diez minutos de espera ha llegado otro tipo muy simpático que ha hecho el agosto conmigo, me ha vendido pinzas para la ropa, cuerda, perchas y unos cuantos cachivaches más. En principio solo ofrecía ganchos, pero a medida que le iba pidiendo cosas abría su bolsa-cueva-de-alí-babá y sacaba del saco sin fondo los más preciosos e inesperados tesoros.

Después de Mercato, he pasado por el mercado de Piasa y he podido comprar tomates, patatas, calabacines, escarolas, quimbombós, naranjas, bananas, etc. Un montón de frutas y verduras por 300 birr, unos 12 euros, con razón es el más barato de la ciudad.