Weyba tis, la sauna tradicional etíope

Hace un año fui por primera vez en Adís Abeba a weyba tis (ወይባ ጭስ), el spa tradicional etíope. Un amigo me había contado que «te echaban mantequilla, te enrollaban con una manta y te prendían fuego». Su descripción despertaba mi curiosidad y disparaba mi imaginación, pero nunca había tenido la ocasión de probarlo. Así que un día antes de partir de Addis estaba en mi listado de cosas para hacer y allí que me fui con la madre de este amigo.

Llegas a una casa de adobe de un particular en el barrio de Gerji, donde hay un anuncio de la sauna que pasa desapercibido. Tocas la puerta y te abre la dueña, una señora elegante y con cara lustrosa vestida con traje tradicional y que lleva el pelo y joyería típicos de Tigray. Te recibe en una salita donde están las típicas banquetas (berchuma, በርጩማ) alrededor del rekebot (ረከቦት), la mesita con las tacitas de café listas para servirlo en cualquier momento. Suena suave la voz de Mahelet Gebregiorgis. En el suelo no falta hierba fresca, que es auspiciosa y acoge al que llega.

Una chica joven te invita a pasar a la segunda sala donde hay un pequeño espacio para desnudarte y casilleros para dejar tus pertenencias. Entre dos chicas jóvenes te colocan barro por el cuerpo y la cara y te envuelven en una manta gruesa de lana. La sala es diáfana con un agujero grande en el suelo donde se hace el fuego, únicamente se usa madera de olivo. En lo que es el perímetro de la habitación hay otros agujeros más pequeños que hacen de brasero y unos diez cojines de piel donde sentarse. Te sientas sobre el agujero y la pared hace de respaldo. Las chicas te ayudan a colocarte la pesada manta cubriendo el brasero y el asiento. Acto seguido, te untan el pelo con kebe (ቅቤ), mantequilla clarificada, presente en casi todos los platos etíopes. Llega el momento de relajarte. La mantequilla va derritiéndose poco a poco al calor del fuego y el líquido se va filtrando desde el pelo al cuello y entrando por todo tu cuerpo envuelto al abrigo de la manta. Empiezas a sudar inmediatamente como en una sauna. A veces te caen gotas por la cara y no puedes secarte, pues tus manos están debajo de la manta. Con las manos puedes distribuir los líquidos (barro y mantequilla derretidos) por el cuerpo y masajearte.

Algunas mujeres entablan conversación con cualquiera de la sala, otras murmuran con su compañera de al lado. Hablan en tigriña y poco a poco, con el sonido de sus voces, te quedas traspuesta o adormilada. De vez en cuando echan a los braseros más ascuas y hierbas silvestres o medicinales, que dejan la habitación llena de un humo tupido y un aroma especial. Cuando crees conveniente y decides que ha terminado tu sauna, aproximadamente una hora, avisas a las chicas para que te ayuden a levantarte.

De ahí pasas a una sala contigua donde te ofrecen licores de miel fermentada, tej o birz, en una cama también hecha de barro y forrada de skay en la que debes dormir un rato para que reposen los ungüentos en tu cuerpo y termines de relajarte. Todas las mujeres que terminan el ritual de belleza comparten cama y siesta. Finalmente, te duchas y te secas con tu propia toalla. En la sala exterior te espera una taza de café si quieres estar un rato más o esperar a alguien que te recoja. Se supone que el tratamiento alivia el dolor de espalda, limpia la piel y previene problemas uterinos gracias a los vapores.

Como en todos los lugares de aguas termales y minerales de Etiopía, no es una experiencia apta para mujeres pudorosas o que no les guste que les soben. La piel y el pelo quedan aceitosos y el olor ahumado y a mantequilla dura varios días. Este ritual de cuidado tradicional no es como los tratamientos de los salones y hoteles modernos de Addis, que también son muy recomendables, es una ceremonia como la del café, que sigue sus pasos, tiempos y normas de comportamiento social. Sin duda, repetiré.

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