Lo que me conocéis ya sabéis que soy más tetera que cafetera, pero en Etiopía el café es irresistible, no solo por su sabor, también por su aroma. Aquí el café es algo más que una bebida caliente, es una ceremonia que los etíopes practican hasta tres veces al día. Dicen los entendidos que algunas de sus variedades (Sidamo, Harar, etc.) son de las mejores del mundo.

El café crece silvestre en este país, por eso no necesita de pesticidas en muchas plantaciones. Su recolección es artesanal, a mano, grano a grano. Aunque mundialmente se conoce como arábica, el café es original de Kaffa, en la zona oromiña de Etiopía.  Esta región denomina al producto en muchas lenguas (café, coffee, kaki, kahwah, etc.). Cuenta la leyenda que se descubrió de manera casual: Un pastor llamado Kaldi notó que sus cabras se ponían nerviosas cuando comían de un arbusto, informó de este suceso a unos monjes y estos descubrieron que las bayas tostadas les ayudaban a mantenerse despiertos durante las largas noches de oración. Fueron los mercaderes árabes quienes lo comercializaron por Turquía y luego Europa y de allí al resto del mundo.

Ceremonia del café:

• Se lava el grano con cuidado.
• Se tuesta con carbón sobre una plataforma de metal o barro.
• Se muele en el mortero.
• Se pone la cafetera en el carbón para que hierva el agua.
• Se añade incienso o sándalo en las brasas de carbón. Por eso, es un placer «en y para» (casi) todos los sentidos: olfato, gusto y vista (es todo muy hermoso).
• Se sirve con cuidado para que no caigan los posos en la taza.
• Se acompaña de palomitas de maíz o sorgo u otros cereales tostados en unos preciosos cestitos.

En algunos pueblos etíopes, en vez de echarle azúcar, se echa sal. Habrá que probarlo. No estamos en la plaza Mayor de Madrid, pero es very relaxing 🙂